Sunday, August 4, 2013

High School Slave Onegawa

Nombre: Ryuji Onegawa
Segundo año de preparatoria (17 años)
Leo
Grupo sanguíneo B
Altura: 1’81 cm
Apodo: El ogro Onegawa
Aficiones: leer yaoi y ver yaoi
Cierto, soy penoso. Y no, no soy homosexual. Desde que empecé a interesarme por las relaciones amorosas y el sexo, salí con varias chicas pero, aunque me gustaba como eran, poco después descubría que no éramos compatibles. Lo que ellas querían en la cama: ser abrazadas, ser tocadas, ser dominadas por completo y no hacer nada de nada. Lo que quería yo: a saber.
            Sin embargo, un día me encontré un libro en el tren y comencé a leerlo. Era una novela ilustrada, yaoi. En un primer momento quise tirarla pero la curiosidad me podía y no dejaba de leer. Llegué a casa y me encerré en mi habitación para seguir leyendo hasta que me la acabé.
            Aquella noche soñé que era el protagonista, y supe que quería ser el chico pequeño, el sumiso. Así que supe que tenía que buscar hombres más altos que yo, a los que les gustara y… no funcionó. Descubrí que, para nada, me gustaban los hombres. No era como en las novelas y mi cuerpo no lo sentía igual que estando con mujeres (o chicas).
            Y ahora me encuentro solo y pensando en si alguna vez encontraré alguien compatible conmigo, que sepa hacerme lo que me gusta y no piense que soy raro… Será difícil, por no decir imposible.

Ya habían acabado las clases y tenía muchas ganas de volver a casa para poder ver mi DVD de Junjou Romantica sin que me molestaran. Si me daba un poco de prisa, no tendría que esperar al siguiente tren. Lo único que quería era poder sumergirme en mis fantasías y olvidarme de que, de nuevo, tenía que comprarme unos pantalones más largos.
            A la salida del instituto choqué con alguien pero seguí mi camino sin mirar ni cómo estaba. Estoy acostumbrado a que me digan que soy un ogro, un demonio o lo que sea. Es lo que tiene ser grande y estar frustrado en muchos sentidos. Supongo que tengo una especie de aura oscura alrededor que avisa a los demás de que no quiero ser molestado. Me pareció escuchar un breve chillido de chica, pero en mi mente sólo podía pensar en Misaki, Usagi-san, Hiroki, Nowaki, Miyagi y Shinobu. ¡Y después me compraría Sekaiichi Hatsukoi!
            A principios de abril y ya hacía calor. Esquivaba al gentío como podía y, al fin, pude meterme en el tren de vuelta a casa. Me senté y me relajé con un sonoro suspiro antes de abrir mi bolsa y// ¡No está! ¡No está!, casi grité. El DVD había desaparecido del bolsillo exterior de mi maleta. ¡No puede ser! ¡No puede ser!, me repetía a mí mismo mientras recordaba perfectamente que lo había guardado ahí.
            Salí del tren a los pocos minutos y, al llegar a casa, vacié por completo mi cartera para asegurarme de que no lo había guardado en ninguna otra parte. Pero ahí no había nada.

Al día siguiente, sintiéndome como un idiota, abrí mi casillero para intercambiar mis zapatos cuando vi una nota en él, doblada con sumo cuidado y con una pegatina de un corazón por cierre. ¿De verdad?, pensé, pero no podía ser una carta de amor. Mi reputación de ogro y las numerosas chicas que hablaban mal de mí ya se encargaban de ello. Me sonreí con lástima y la abrí de todas formas:
Tengo tu DVD
Si lo quieres quedamos en el karaoke frente a la estación
Sala 6
            ¿Chantaje? ¿Una broma? Fuera quien fuese, sí que lo tenía. Y como prueba me había dejado junto a la nota la carátula del DVD. Lo ha  abierto…, lamenté. Lo que tenía claro es que iba a ir al karaoke después de las clases.

Y allí estaba. Conocía bien la fama de aquel karaoke y me daba vergüenza entrar. Casi todas las parejas del instituto, a falta de dinero para un hotel, alquilaban las salas sin vigilancia para “disfrutar del momento”. Francamente, me daban envidia y me vino a la mente una escena similar de alguno de los muchos mangas que había leído. Me imaginaba a mí mismo siendo obligado en una de esas oscuras salas y me ponía cachondo. Cada día me sentía más y más frustrado.
            Entré y pregunté por la sala 6, que estaba vacía. A lo mejor aún no había llegado el remitente del mensaje así que decidí alquilarla para pasar el rato. El dependiente me miró con pena por ir solo allí, pero le sonreí y le dije que esperaba unos amigos. Su mirada era de: Si, ya. Claro que sí, majo. Patético…
            La sala 6 era la del final, así que tenía que recorrer el pasillo entero intentando hacer caso omiso a los cuatro que cantaban y al resto que seguramente estarían haciendo otras cosas.
                ¡No! ¡No puedo, Sanae-san! –gritó de vergüenza una voz chillona, y salió de la sala 4 una chica de mi instituto que no mediría más de metro sesenta.
            Al verla toda roja y jadeando, incluso babeando un poco, pensé en lo mucho que me gustaría estar así. Me fijé en que era una chica linda de pechos grandes y coletas a ambos lados. Parecía una niña de secundaria demasiado desarrollada.
                Mika-chan –quiso detenerla otra chica, sólo asomándose por la puerta, mientras la primera salía corriendo hecha un tomate.
            Reconocí a la segunda chica como Sanae Ito, la chica que sacó la mayor puntuación en los exámenes de ingreso y representante de los de primer año. Nunca la había visto tan de cerca y lo único notable de ella era que era muy bajita. También era guapa y sus medidas no eran nada del otro mundo; pero su mirada me recordó a la de Takano-san de Sekaiichi Hatsukoi u otros parecidos.
                Buenas tardes –me saludó con una reverencia.
                ¡Ah! Buenas tardes –respondí igual, un poco sorprendido. ¿Estaría bien que me las imaginara a las dos haciendo lo que pensaba que estaban haciendo?
                Mido uno con cincuenta y nueve –dijo de repente, con una voz grave y autoritaria que no había notado antes. Sonreía de una forma sospechosa y pensé que a lo mejor intentaba esconder la vergüenza que sentía al ver que la habían descubierto con otra chica.
                ¿Eh? –no comprendí. Bueno, fingí no comprender. ¿Cómo había sabido que miraba lo bajita que era?
                Mi altura. Soy Sanae Ito, de primero –me tendió una mano, y la acepté.
                Sí, lo sé. Eres la representante de los de primer año. −¿Qué es esta sensación tan extraña que tengo?
                Y tú eres Ryuji Onegawa-sempai, de segundo año –afirma, sosteniéndome la mano más tiempo del necesario.
                ¿Cómo sabes mi nombre?
                Todo el mundo conoce al ogro Onegawa –sonríe con inocencia−. Aunque creo que no son más que rumores…
                Lo son… −Me estaba poniendo nervioso sin motivo.
                Sempai…
                ¿Sí?
                ¿Puedo estar contigo un rato? Aún no quiero volver a casa –me pidió, tan insinuante que tragué saliva.
                P-pero…
                Cantaremos mucho, ¿ok? –tiró de mí hacia la sala 6. Fui un tonto al no ver que sabía qué sala había alquilado.
                ¿Cantar? –me sentí idiota. Por supuesto que aquella chica no se me estaba insinuando.
                Sí –sonrió de nuevo. Pensé que era muy mona−. Voy a buscar mi mochila un momento –se despidió alegremente con la mano antes de salir de la sala y dejarme allí sentado.
            Miré mi propia cartera y recordé que había quedado allí con alguien, así que  Sanae Ito-san tenía que marcharse cuanto antes. Picó a la puerta y quise decirle que estaba ocupado pero, al ver por la pequeña ventana de la puerta lo que Ito me mostraba, abrí sin mediar palabra.
                Gracias –sonrió ella con los dientes, con mi DVD en las manos.
                Así que la nota era tuya… −supuse, asustado. ¿Qué querría de mí aquella pequeña chica de pelo castaño claro y ojos oscuros como la noche?
                Exacto. –Cerró la puerta tras de sí y me aparté un poco para que pasara−. No me imaginé que a un chico tan grande le gustaran estas cosas, pero toma –sonrió mientras me ofrecía el DVD con ambas manos.
                Ah… Gracias, entonces –me alegré. Por un momento había pensado que me iba a pedir algo a cambio o iba a chantajearme de alguna forma, pero supuse que aquella chica no era así de retorcida. Era demasiado buena.
            Quise coger el DVD y, entonces, ella sacó del bolsillo de su uniforme unas esposas y me las puso. Demasiado rápido, tanto que no pude moverme. Y lo cierto es que no me esperaba algo así. Vi las esposas y mi mente se llenó de mis fantasías más secretas, aquellas en las que sólo pienso en mitad de la noche cuando no puedo dormir.
                I-Ito-san… ¿Q-qué haces? –Esas fueron las únicas palabras que salieron de mi boca.
                ¿Tú qué crees, Onegawa-sempai? –sonrió de forma perversa antes de empujarme sobre el sofá.
            Ito cogió las esposas y levantó mis manos sobre mi cabeza, con fuerza, dominante. Estaba tan aturdido por su mirada que no podía hacer nada de nada y en mi cabeza únicamente podía pensar en cómo quería que me hiciera aquello.
                Ito-san, por favor –le supliqué, mareado por el calor y la vergüenza.
                De verdad te gusta esto, Onegawa-sempai. Eres tan lindo… −Su voz hacía que se me calentaran las orejas y me sintiera extraño, ansioso y muy muy//− Te has puesto duro… Eres un pervertido –sonrió con malicia mientras me quitaba la corbata y besaba mi cuello.
            Sus labios eran suaves y sentía todo su calor sobre mí. Sentada a horcajadas sobre mi bragueta, ella parecía tan ansiosa como yo y, además, estaba disfrutando con aquella situación. Lamió mi cuello y mordisqueó mis orejas mientras intentaba no mirarlas. Intenté decir algo pero me metió la corbata en la boca para amordazarme mientras me desabrochaba la camisa.
            Sentí la humedad de mi saliva resbalando por mi boca cuando ella estrujó mis pezones entre las yemas de sus dedos. Deslizó una mano por mi abdomen y jugó con mi cinturón sin dejar de mirarme a los ojos. Sacó la lengua, juguetona, y lamió mis labios con suavidad antes de morderlos con ansia, casi haciéndome sangrar.
                Eres tan grande y tan lindo, sempai –me susurró al oído. Su mano bajó un poco más y me dejó completamente expuesto. Su tacto hacía que la sangre se me acumulara bajo su pulso y solté un jadeo−. Y tan sensible… −jugueteó con la punta, y sacó un condón de a saber dónde.
            Con una sonrisa, se lo metió en la boca y me soltó para agacharse y mirármela fijamente. Me daba tanta vergüenza que no podía apartar la vista. Deseaba que continuara. Quería suplicarle. Casi estallé cuando me puso el condón con sus labios de lo ansioso que estaba. Llevaba tanto tiempo sin estar con nadie. Llevaba tanto tiempo deseando encontrar a alguien como ella. Y ni siquiera podía darle las gracias.
            Ito se bajó unas suaves y tiernas braguitas rosas y me las tiró encima, sobre el pecho. Sin querer, aquello hizo que se me endureciera aún más y que la sonrisa de complacencia de ella se hiciera más grande. Abrió su blusa y su sostén con encaje por delante para que pudiera ver lo duros que se habían puesto sus pezones. Sus pechos parecían tan suaves que tenía ganas de lamerlos, de estrujarlos, de mamar de ellos como un bebé hambriento,… Pero ella no lo quiso así y se subió la falda para volver a ponerse a horcajadas sobre mí.
            Me la agarró y se apoyó en la punta con suavidad. En comparación con su diminuto y ardiente cuerpo, parecía imposible. Mas con una sutil mueca de dolor empezó a bajar. La respiración se le agitó y apoyó las manos en mi pecho. ¿Qué podía hacer? ¿Me tenía que quedar ahí quieto?
                Tan grande y tan lindo –repitió ella, esta vez con las mejillas encendidas y mordiéndose el labio de placer. Una corriente eléctrica me sacudió por dentro y llegó a ella−. ¡Ah! ¿Tanto te gusta? –Metió los dedos en mi boca y sacó la corbata−. Me alegro, Onegawa-sempai. Ah… −suspiró−. Eres perfecto. Justo lo que buscaba.
            Y mientras hablaba me sacudía con brío, en profundidad y rápidamente. Yo no podía dejar de mirar sus pechos rebotando, sus labios rojos como la sangre y sus ojos seductores y autoritarios a la vez que fríos y distantes.
            Estaba tan caliente y húmeda y se esforzaba tanto que segundos después puso las manos en mis hombros para seguir dominándome, casi a cuatro patas, mientras yo no podía dejar de disfrutar aquello y sentirme a punto de estallar. No quería decepcionarla pero…
                Ito-san… −jadeé, sin poder mirarla a los ojos−. Voy a// P-por favor.
                Yo también, sempai. No te contengas. Dámelo todo –gemía de una forma que me hizo morderme los labios y dejarme llevar.
            Era tan mona y a la vez tan dominante. Una mujer en toda regla que sabía exactamente lo que me gustaba y no me juzgaba por ello. Tan guapa… Esos ojos que veían a través de mí, esos labios. Estaba muy claro que me gustan las mujeres y me alegré porque, por fin, había sacado algo en claro y mi frustración se aliviaría, mucho.
                Ryuji, no pares –me ordenó, y fui consciente de que yo también movía las caderas para hacerla botar sobre mí.
                S-Sanae-san –me atreví a usar su nombre, casi mareado del calor que tenía, antes de estallar dentro de ella y sentir sus labios sobre los míos.
            Íbamos a gritar, a gritar bastante. Y sin embargo Sanae se había lanzado sobre mi boca para beberse mis gemidos y llenarme a mí de los suyos mientras sentía cómo me presionaba allí donde nuestros cuerpos eran uno solo. Entrelacé mi lengua con la suya y se estremeció, mirándome a los ojos como yo la miraba a ella.
                Ryuji… −suspiró, aliviada, antes de pasar la nariz por mi cuello y esnifarme como si fuera una droga−. Tan lindo, lindo, lindo… −Cada vez que decía esa palabra, me sentía feliz y ella parecía estremecerse de placer−. Eres mío, ¿verdad? –se sonrió antes de separarse de mí y hacerme una foto con el móvil tal cual estaba.
            Me hizo dos, tres más mientras sentía el peso de las esposas en mis muñecas y la corbata-mordaza en mi cuello. Sus braguitas seguían en mi pecho y el condón amenazaba con derramárseme en los pantalones. Y lo peor es que aquello me estaba poniendo cachondo otra vez.
                Te llamaré, ¿ok? –besó la foto de la pantalla antes de desatarme y tirar el condón a la basura−. Pero… −amenazó, poniendo un dedo sobre mis labios− no digas nada de esto a nadie.

            Y se fue, quedando en mi retina grabada su sonrisa triunfal y de completo placer. Seguramente, yo tenía una igual. En mi pecho sentía que lo que había empezado como un mal día había sido en realidad el mejor. Estaba ansioso por recibir su llamada, por ser objeto de su atención. Quería que volviera a decir que este cuerpo grande y masculino que me habían dado mis padres era lindo.

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