Nombre: Ryuji Onegawa
Segundo año de
preparatoria (17 años)
Leo
Grupo sanguíneo B
Altura: 1’81 cm
Apodo: El ogro
Onegawa
Cierto, soy penoso. Y no, no soy homosexual. Desde que
empecé a interesarme por las relaciones amorosas y el sexo, salí con varias
chicas pero, aunque me gustaba como eran, poco después descubría que no éramos
compatibles. Lo que ellas querían en la cama: ser abrazadas, ser tocadas, ser
dominadas por completo y no hacer nada de nada. Lo que quería yo: a saber.
Sin
embargo, un día me encontré un libro en el tren y comencé a leerlo. Era una
novela ilustrada, yaoi. En un primer momento quise tirarla pero la curiosidad
me podía y no dejaba de leer. Llegué a casa y me encerré en mi habitación para
seguir leyendo hasta que me la acabé.
Aquella
noche soñé que era el protagonista, y supe que quería ser el chico pequeño, el
sumiso. Así que supe que tenía que buscar hombres más altos que yo, a los que
les gustara y… no funcionó. Descubrí que, para nada, me gustaban los hombres.
No era como en las novelas y mi cuerpo no lo sentía igual que estando con
mujeres (o chicas).
Y ahora me
encuentro solo y pensando en si alguna vez encontraré alguien compatible
conmigo, que sepa hacerme lo que me gusta y no piense que soy raro… Será
difícil, por no decir imposible.
Ya habían acabado las clases y tenía muchas ganas de volver
a casa para poder ver mi DVD de Junjou
Romantica sin que me molestaran. Si me daba un poco de prisa, no tendría
que esperar al siguiente tren. Lo único que quería era poder sumergirme en mis
fantasías y olvidarme de que, de nuevo, tenía que comprarme unos pantalones más
largos.
A la salida
del instituto choqué con alguien pero seguí mi camino sin mirar ni cómo estaba.
Estoy acostumbrado a que me digan que soy un ogro, un demonio o lo que sea. Es
lo que tiene ser grande y estar frustrado en muchos sentidos. Supongo que tengo
una especie de aura oscura alrededor que avisa a los demás de que no quiero ser
molestado. Me pareció escuchar un breve chillido de chica, pero en mi mente
sólo podía pensar en Misaki, Usagi-san, Hiroki, Nowaki, Miyagi y Shinobu. ¡Y
después me compraría Sekaiichi Hatsukoi!
A
principios de abril y ya hacía calor. Esquivaba al gentío como podía y, al fin,
pude meterme en el tren de vuelta a casa. Me senté y me relajé con un sonoro
suspiro antes de abrir mi bolsa y// ¡No
está! ¡No está!, casi grité. El DVD había desaparecido del bolsillo
exterior de mi maleta. ¡No puede ser! ¡No
puede ser!, me repetía a mí mismo mientras recordaba perfectamente que lo
había guardado ahí.
Salí del
tren a los pocos minutos y, al llegar a casa, vacié por completo mi cartera
para asegurarme de que no lo había guardado en ninguna otra parte. Pero ahí no
había nada.
Al día siguiente, sintiéndome como un idiota, abrí mi
casillero para intercambiar mis zapatos cuando vi una nota en él, doblada con
sumo cuidado y con una pegatina de un corazón por cierre. ¿De verdad?, pensé, pero no podía ser una carta de amor. Mi
reputación de ogro y las numerosas chicas que hablaban mal de mí ya se
encargaban de ello. Me sonreí con lástima y la abrí de todas formas:
Tengo tu
DVD
Si lo
quieres quedamos en el karaoke frente a la estación
Sala 6
¿Chantaje?
¿Una broma? Fuera quien fuese, sí que lo tenía. Y como prueba me había dejado
junto a la nota la carátula del DVD. Lo
ha abierto…, lamenté. Lo que tenía
claro es que iba a ir al karaoke después de las clases.
Y allí estaba. Conocía bien la fama de aquel karaoke y me
daba vergüenza entrar. Casi todas las parejas del instituto, a falta de dinero
para un hotel, alquilaban las salas sin vigilancia para “disfrutar del
momento”. Francamente, me daban envidia y me vino a la mente una escena similar
de alguno de los muchos mangas que había leído. Me imaginaba a mí mismo siendo
obligado en una de esas oscuras salas y me ponía cachondo. Cada día me sentía
más y más frustrado.
Entré y
pregunté por la sala 6, que estaba vacía. A lo mejor aún no había llegado el
remitente del mensaje así que decidí alquilarla para pasar el rato. El
dependiente me miró con pena por ir solo allí, pero le sonreí y le dije que
esperaba unos amigos. Su mirada era de: Si,
ya. Claro que sí, majo. Patético…
La sala 6
era la del final, así que tenía que recorrer el pasillo entero intentando hacer
caso omiso a los cuatro que cantaban y al resto que seguramente estarían
haciendo otras cosas.
—
¡No! ¡No puedo, Sanae-san! –gritó de vergüenza
una voz chillona, y salió de la sala 4 una chica de mi instituto que no mediría
más de metro sesenta.
Al verla toda roja y jadeando,
incluso babeando un poco, pensé en lo mucho que me gustaría estar así. Me fijé
en que era una chica linda de pechos grandes y coletas a ambos lados. Parecía
una niña de secundaria demasiado desarrollada.
—
Mika-chan –quiso detenerla otra chica, sólo
asomándose por la puerta, mientras la primera salía corriendo hecha un tomate.
Reconocí a la segunda chica como
Sanae Ito, la chica que sacó la mayor puntuación en los exámenes de ingreso y
representante de los de primer año. Nunca la había visto tan de cerca y lo
único notable de ella era que era muy bajita. También era guapa y sus medidas
no eran nada del otro mundo; pero su mirada me recordó a la de Takano-san de Sekaiichi Hatsukoi u otros parecidos.
—
Buenas tardes –me saludó con una reverencia.
—
¡Ah! Buenas tardes –respondí igual, un poco
sorprendido. ¿Estaría bien que me las imaginara a las dos haciendo lo que
pensaba que estaban haciendo?
—
Mido uno con cincuenta y nueve –dijo de repente,
con una voz grave y autoritaria que no había notado antes. Sonreía de una forma
sospechosa y pensé que a lo mejor intentaba esconder la vergüenza que sentía al
ver que la habían descubierto con otra chica.
—
¿Eh? –no comprendí. Bueno, fingí no comprender.
¿Cómo había sabido que miraba lo bajita que era?
—
Mi altura. Soy Sanae Ito, de primero –me tendió
una mano, y la acepté.
—
Sí, lo sé. Eres la representante de los de
primer año. −¿Qué es esta sensación tan
extraña que tengo?
—
Y tú eres Ryuji Onegawa-sempai, de segundo año –afirma,
sosteniéndome la mano más tiempo del necesario.
—
¿Cómo sabes mi nombre?
—
Todo el mundo conoce al ogro Onegawa –sonríe con
inocencia−. Aunque creo que no son más que rumores…
—
Lo son… −Me estaba poniendo nervioso sin motivo.
—
Sempai…
—
¿Sí?
—
¿Puedo estar contigo un rato? Aún no quiero
volver a casa –me pidió, tan insinuante que tragué saliva.
—
P-pero…
—
Cantaremos mucho, ¿ok? –tiró de mí hacia la sala
6. Fui un tonto al no ver que sabía qué sala había alquilado.
—
¿Cantar? –me sentí idiota. Por supuesto que
aquella chica no se me estaba insinuando.
—
Sí –sonrió de nuevo. Pensé que era muy mona−.
Voy a buscar mi mochila un momento –se despidió alegremente con la mano antes
de salir de la sala y dejarme allí sentado.
Miré mi propia cartera y recordé que
había quedado allí con alguien, así que
Sanae Ito-san tenía que marcharse cuanto antes. Picó a la puerta y quise
decirle que estaba ocupado pero, al ver por la pequeña ventana de la puerta lo
que Ito me mostraba, abrí sin mediar palabra.
—
Gracias –sonrió ella con los dientes, con mi DVD
en las manos.
—
Así que la nota era tuya… −supuse, asustado.
¿Qué querría de mí aquella pequeña chica de pelo castaño claro y ojos oscuros
como la noche?
—
Exacto. –Cerró la puerta tras de sí y me aparté
un poco para que pasara−. No me imaginé que a un chico tan grande le gustaran
estas cosas, pero toma –sonrió mientras me ofrecía el DVD con ambas manos.
—
Ah… Gracias, entonces –me alegré. Por un momento
había pensado que me iba a pedir algo a cambio o iba a chantajearme de alguna
forma, pero supuse que aquella chica no era así de retorcida. Era demasiado
buena.
Quise coger el DVD y, entonces, ella
sacó del bolsillo de su uniforme unas esposas y me las puso. Demasiado rápido, tanto
que no pude moverme. Y lo cierto es que no me esperaba algo así. Vi las esposas
y mi mente se llenó de mis fantasías más secretas, aquellas en las que sólo
pienso en mitad de la noche cuando no puedo dormir.
—
I-Ito-san… ¿Q-qué haces? –Esas fueron las únicas
palabras que salieron de mi boca.
—
¿Tú qué crees, Onegawa-sempai? –sonrió de forma
perversa antes de empujarme sobre el sofá.
Ito cogió las esposas y levantó mis
manos sobre mi cabeza, con fuerza, dominante. Estaba tan aturdido por su mirada
que no podía hacer nada de nada y en mi cabeza únicamente podía pensar en cómo
quería que me hiciera aquello.
—
Ito-san, por favor –le supliqué, mareado por el
calor y la vergüenza.
—
De verdad te gusta esto, Onegawa-sempai. Eres
tan lindo… −Su voz hacía que se me calentaran las orejas y me sintiera extraño,
ansioso y muy muy//− Te has puesto duro… Eres un pervertido –sonrió con malicia
mientras me quitaba la corbata y besaba mi cuello.
Sus labios eran suaves y sentía todo
su calor sobre mí. Sentada a horcajadas sobre mi bragueta, ella parecía tan
ansiosa como yo y, además, estaba disfrutando con aquella situación. Lamió mi
cuello y mordisqueó mis orejas mientras intentaba no mirarlas. Intenté decir
algo pero me metió la corbata en la boca para amordazarme mientras me
desabrochaba la camisa.
Sentí la humedad de mi saliva
resbalando por mi boca cuando ella estrujó mis pezones entre las yemas de sus
dedos. Deslizó una mano por mi abdomen y jugó con mi cinturón sin dejar de
mirarme a los ojos. Sacó la lengua, juguetona, y lamió mis labios con suavidad
antes de morderlos con ansia, casi haciéndome sangrar.
—
Eres tan grande y tan lindo, sempai –me susurró
al oído. Su mano bajó un poco más y me dejó completamente expuesto. Su tacto
hacía que la sangre se me acumulara bajo su pulso y solté un jadeo−. Y tan
sensible… −jugueteó con la punta, y sacó un condón de a saber dónde.
Con una sonrisa, se lo metió en la
boca y me soltó para agacharse y mirármela fijamente. Me daba tanta vergüenza
que no podía apartar la vista. Deseaba que continuara. Quería suplicarle. Casi
estallé cuando me puso el condón con sus labios de lo ansioso que estaba.
Llevaba tanto tiempo sin estar con nadie. Llevaba tanto tiempo deseando
encontrar a alguien como ella. Y ni siquiera podía darle las gracias.
Ito se bajó unas suaves y tiernas
braguitas rosas y me las tiró encima, sobre el pecho. Sin querer, aquello hizo
que se me endureciera aún más y que la sonrisa de complacencia de ella se
hiciera más grande. Abrió su blusa y su sostén con encaje por delante para que
pudiera ver lo duros que se habían puesto sus pezones. Sus pechos parecían tan
suaves que tenía ganas de lamerlos, de estrujarlos, de mamar de ellos como un
bebé hambriento,… Pero ella no lo quiso así y se subió la falda para volver a
ponerse a horcajadas sobre mí.
Me la agarró y se apoyó en la punta
con suavidad. En comparación con su diminuto y ardiente cuerpo, parecía
imposible. Mas con una sutil mueca de dolor empezó a bajar. La respiración se
le agitó y apoyó las manos en mi pecho. ¿Qué podía hacer? ¿Me tenía que quedar
ahí quieto?
—
Tan grande y tan lindo –repitió ella, esta vez
con las mejillas encendidas y mordiéndose el labio de placer. Una corriente
eléctrica me sacudió por dentro y llegó a ella−. ¡Ah! ¿Tanto te gusta? –Metió
los dedos en mi boca y sacó la corbata−. Me alegro, Onegawa-sempai. Ah… −suspiró−.
Eres perfecto. Justo lo que buscaba.
Y mientras hablaba me sacudía con
brío, en profundidad y rápidamente. Yo no podía dejar de mirar sus pechos
rebotando, sus labios rojos como la sangre y sus ojos seductores y autoritarios
a la vez que fríos y distantes.
Estaba tan caliente y húmeda y se
esforzaba tanto que segundos después puso las manos en mis hombros para seguir
dominándome, casi a cuatro patas, mientras yo no podía dejar de disfrutar
aquello y sentirme a punto de estallar. No quería decepcionarla pero…
—
Ito-san… −jadeé, sin poder mirarla a los ojos−.
Voy a// P-por favor.
—
Yo también, sempai. No te contengas. Dámelo todo
–gemía de una forma que me hizo morderme los labios y dejarme llevar.
Era tan mona y a la vez tan
dominante. Una mujer en toda regla que sabía exactamente lo que me gustaba y no
me juzgaba por ello. Tan guapa… Esos ojos que veían a través de mí, esos
labios. Estaba muy claro que me gustan las mujeres y me alegré porque, por fin,
había sacado algo en claro y mi frustración se aliviaría, mucho.
—
Ryuji, no pares –me ordenó, y fui consciente de
que yo también movía las caderas para hacerla botar sobre mí.
—
S-Sanae-san –me atreví a usar su nombre, casi
mareado del calor que tenía, antes de estallar dentro de ella y sentir sus
labios sobre los míos.
Íbamos a gritar, a gritar bastante.
Y sin embargo Sanae se había lanzado sobre mi boca para beberse mis gemidos y
llenarme a mí de los suyos mientras sentía cómo me presionaba allí donde
nuestros cuerpos eran uno solo. Entrelacé mi lengua con la suya y se
estremeció, mirándome a los ojos como yo la miraba a ella.
—
Ryuji… −suspiró, aliviada, antes de pasar la
nariz por mi cuello y esnifarme como si fuera una droga−. Tan lindo, lindo,
lindo… −Cada vez que decía esa palabra, me sentía feliz y ella parecía
estremecerse de placer−. Eres mío, ¿verdad? –se sonrió antes de separarse de mí
y hacerme una foto con el móvil tal cual estaba.
Me hizo dos, tres más mientras
sentía el peso de las esposas en mis muñecas y la corbata-mordaza en mi cuello.
Sus braguitas seguían en mi pecho y el condón amenazaba con derramárseme en los
pantalones. Y lo peor es que aquello me estaba poniendo cachondo otra vez.
—
Te llamaré, ¿ok? –besó la foto de la pantalla
antes de desatarme y tirar el condón a la basura−. Pero… −amenazó, poniendo un
dedo sobre mis labios− no digas nada de esto a nadie.
Y se fue, quedando en mi retina
grabada su sonrisa triunfal y de completo placer. Seguramente, yo tenía una
igual. En mi pecho sentía que lo que había empezado como un mal día había sido
en realidad el mejor. Estaba ansioso por recibir su llamada, por ser objeto de
su atención. Quería que volviera a decir que este cuerpo grande y masculino que
me habían dado mis padres era lindo.
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