20 del II del
año 1
Hola, Jean:
Comprendo
cómo te sientes y creo que es normal. Yo me paso la noches pensando en si lo
que quiero hacer está bien. Me hacen ir a sesiones de terapia con mujeres que
han sido violadas, maltratadas. Cuando estoy allí no me siento parte de ellas.
Yo no te veo como un enemigo, me salvaste la vida. Las otras mujeres describen
su experiencia como si los hombres que las atacaron fueran animales que les
arrancaron la ropa y amordazaron sus gritos mientras las abrían de piernas para
hacerles daño. Esas descripciones son demasiado diferentes a mis recuerdos. A
lo mejor si te cuento mi versión de la historia consigues entenderme un poco.
Aquella
noche tenía miedo y mi madre me había ordenado que me escondiera. Cuando me
atraparon, me arrastraron hasta el salón y vi a mis padres ejecutados. La
sangre me hizo gritar y llorar. Quise salir corriendo e intenté soltarme pero
eran más fuertes que yo. Lo único que pensaba era: Yo no he hecho nada, no
merezco morir. No quiero morir.
Uno de
vosotros tubo la idea de “mandar un mensaje”, de mostrarme mi lugar ahora. El
hombre con el número 182 te llamó y te ordenó que “te me tiraras”, “que
hicieras llorar a la puta hija del dictador”. En tu cara vi que no querías
hacerme aquello y como dudabas el hombre te apuntó son su arma y te repitió la
orden. Así que rápidamente tiraste de mí escaleras arriba y me lanzaste sobre
mi cama antes de cerrar la puerta. Tenía tanto miedo que no dejaba de temblar y
de suplicar por mi vida.
Ante mí, te
desnudaste y la vergüenza aplastó al miedo. Nunca había abrazado a un hombre,
nunca había besado a un hombre, nunca había amado a alguien. Te sentaste a mi
lado en la cama y acariciaste mis brazos
con un dolor tan fuerte marcado en la cara que me quedé inmóvil. Me tumbaste y
me desnudaste aunque yo intentaba taparme. De repente me besaste y empezaste a
tocarme donde nunca me había tocado nadie. Sabía que aquello estaba mal y quise
apartarte, morderte la lengua. Hundiste la cara en mi cuello y me pediste
perdón. Seguiste pidiéndome perdón mientras lamías cada parte de mi cuerpo y yo
gritaba, negando que aquello me gustara. Ahora creo que puedo decirte que me
gustaba, que calentaba mi cuerpo como si estuviera en una sauna.
No me
obligaste a hacer aquello que me han dicho otras mujeres, no hiciste que “te la
chupara”. Lamiste mis partes íntimas y te apoyaste en ellas con eso (me da
vergüenza llamarlo por su nombre). Estaba tan nerviosa mientras lloraba y tu
mano sujetaba mis muñecas que grité cuando entraste en mí. Nunca había sentido
algo tan doloroso. Te abrazaste a mí y seguiste abriéndote paso en mi cuerpo
mientras te pedía que la sacaras y te arañaba la espalda. Me besaste de nuevo y
mordí tu labio. ¿Te duele aún? Acariciaste mis pechos y ese calor volvió a mi
cuerpo. Dejó de dolerme pero seguí gritando porque no quería admitir que me
gustaba. Miraba tu cara y veía un arma en tu nuca. No sé si lo notaste, pero
tuve un orgasmo poco antes de que te vaciaras en mí. Y siento mucha vergüenza,
no odio ni rencor. Me avergüenza y me siento culpable por fingir que no me
gustó.
Jean,
aquella noche los dos fuimos las víctimas. Esos hombres nos obligaron a hacer
algo que no queríamos y aquello ha germinado en un bebé que aún no puedo notar
dentro de mí. Crees que no tienes derecho sobre él o ella pero no es así. En
estos tres meses que he estado buscándote, he tenido tiempo de decidir si
quería tener este bebé o no, en si quería culparte de todo lo de aquella noche
o no. Ahora ya sabes, espero que sepas, que no te culpo y que quiero que nos
conozcamos mejor. Aquella noche vi en ti algo que nunca había visto en nadie
más: a un igual. No sé si entenderás lo que te quiero decir pero este bebé
necesitará un padre… ¿Te gustaría serlo? Lo único que quiero es que nuestro
hijo (o hija) sea una buena persona, que no haga daño a nadie, que crezca
envuelta en amor. Quiero dar a esta personita lo que no he tenido yo. ¿Querrás
ayudarme?
Un saludo y
disculpa esta carta tan extraña. Estoy muy nerviosa.
Calista
24 del II del
año 1
Para Calista:
No entiendo
cómo he llegado a conocer a una persona tan buena como tú. Aquella noche sólo
pensaba en decirte que no quería hacerte daño, en que lo hacía para que ambos
pudiéramos seguir viviendo. Fue egoísta por mi parte pero me alegra que
actuaras, que gritaras. Si los demás hubieran descubierto que te estaba
gustando habríamos muerto los dos. Si te soy sincero, sí que noté que te corriste tuviste un orgasmo. No soy
bueno expresándome de una forma correcta, disculpa. No puedo hacerlo tan
natural como tú.
Cuando he
leído que quieres que sea el padre de nuestro bebé, me he alegrado tanto que me
he puesto en seguida con esta carta porque soy muy lento escribiendo bien. Me
paso horas pensando en cómo escribir una palabra para no tener faltas y, a
veces, le pregunto al vigilante que hace la ronda por delante de mi celda. Es
un buen hombre.
¡Sí! ¡Sí
que quiero ser el padre de nuestro bebé! Calista, no creo que sepas lo mal que
estuve hasta recibir tu carta. Me has salvado, gracias. Me he sentido furioso,
me he odiado a mí mismo, a ti, a todos los que dijeron ser mis “compañeros”.
Odiaba al juez y a esta sociedad por encerrarme en este agujero frío y
dolorosamente solitario. Maldecía mi suerte y lo único que me hacía no perder
las ganas de vivir era la posibilidad de salir de aquí para enfrentarme a un
juicio cuando decidieras denunciarme. Después, estaba dispuesto a perderme
dentro de mí mismo.
Lo siento…
Ojalá pudieras haberme visto llorar por ti cada noche y no dormir por miedo a
volver a soñar con lo que te hice. Sigo sintiéndome sucio, como si realmente
fuera un monstruo. Intento creerme tus
palabras (no digo que me mientas) e intento buscar algo bueno dentro de mí.
Vivo cada día pensando en el momento en el que pueda ver a nuestr@ hij@, aunque
para eso aún falta mucho tiempo. Ahora odio no poder salir antes, no poder
estar a tu lado. Estoy muy confuso, Calista. A veces estoy contento y cuando
despierto la realidad me hunde y me hace ver que no soy más que un hombre que
no podrá tener la vida que un día quiso.
Por favor,
háblame de ti, de cómo estás. Quería escribirte una carta que te hiciera
sonreír, como las que me mandas tú. Y, por cierto, no sientas vergüenza aunque
me alegra saber que lo hice bien (también fue mi primera vez). No sabes cómo
quisiera verte y hablarte cara a cara porque entonces a lo mejor… No, déjalo.
Si te viera no sería capaz de hablar contigo con sinceridad.
Calista, me
dijiste que habían intentado asesinarte. ¿Quién fue? ¿Te están protegiendo?
Siento no haberte preguntado antes por esto pero no le diste importancia y yo
he pensado tanto en el bebé que… ¿No habrán sido ellos? Temo por ti, temo por
los dos. Y odio tener que esperar a que te llegue la carta y me llegue la tuya
en respuesta.
Un hombre preocupado,
Jean
No comments:
Post a Comment